martes, 22 de marzo de 2011

Viviana Ayilef


(1981; reside en Trelew)

Arte poética

La poesía viene después.

Antes están los eternos compañeros,
las miradas de los hijos,
los viajes extendidos por los hombres,
—entre sus sombras,
sobre sus cuerpos,
por sus historias otras—.

Y la palabra
—siempre— vendrá después:
antes la lluvia, el desplazarse.
Vivir migrando entre lo propio más ajeno:
en las ausencias,
en los despojos.

Porque si viene,
aunque tardía,
toda palabra llegará
únicamente
para calmarnos.

Antes la sed.
Antes,
la vida.




No Naceré aloscuro

No aclamarán tambores mi presencia.
Ni habrá discursos patrios ya.

No vengo a ver vivir, ni a financiar mi muerte.

Vine a surgir sin brisa que me empuje
sin bronces que me auspicien.

Sabía del silencio y la impostura,
he conocido del corazón gimiente.
Compondré mis canciones en sus jardines de otoño,
con sangre
y sello propio.

Y después:
luz desde agónicos ríos,
aguas de lluvia urgente que beber,
golpes de corazón pujando al tiempo

bailes —paganos bailes que molesten—

No gustarán sus aires mi respiro.
Ni segarán la tierra.
Ni dormirán en paz.
Ni calmarán su sed
de siglos.

Saludaré la luna y el invierno.
Comeré de los soles sus sentidos.

Nunca pedí permiso.

Los vastos territorios son el fuego
en que me quemo/
en que renazco
y no hay espera.




Los niños nuevos

El rostro
noble
de un hijo nuevo
estalla como colores,
arcos de iris verdes,
refracciones de luz.

Estalla como caminos plenos
con avispados sauces,
que -felices-
se sublevan, Galileo.

El rostro
nuevo
de un niño noble
remonta barriletes por los azules aires en la siesta
y vuela hacia lo lejos,
para poblar con panaderos
el invierno.

El rostro
niño
de un hombre nuevo
restaura barcos de guerra, heridas,
ausencias tantas:
huecos
sociales.

El rostro
hombre
de un niño nuevo
nunca podrá brillar, curar dolores,
beber agua de manantial, regar sonrisas
contar o crear cuentos
—nunca jamás—.

Los niños nuevos
tienen la libertad
de andar carita al viento
con todo el sol que ampare
sus siluetas
correteando
hacia el atardecer de la mirada
del adulto
que más tarde serán
     sólo más tarde—.




Poema para la Resistencia

El niño que yo fui
no entró en El Capital
ni en calles del martirio
ni humedeció brillojos-de-tristeza.

Tuvo su barco de papel
y alguna vez
dolió palabras
en su cuerpo.

El otro niño —niño mismo—,
canciones y poemas tuvo.
Agua de lluvia que beber,
papá y mamá en la tempestad
brazos, caricias.

El hombre viejo de hoy
indaga en el espejo, y ríe.

Termina este poema
y tiende

un mundo pleno de palabras

para el niño que espera
el barco que le salve
del olvido.

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