Su cuarto queda en el primer piso de la
casa paterna, desde esa posición se
observa el inmenso cartel luminoso que
se encuentra en el negocio de la acera de enfrente, dominando el paisaje
urbano. La calle estaba mojada por la pertinaz lluvia invernal, pero lo que más
le atrajo la atención fue el soberbio Arce que disimulaba su desnudez emitiendo
la luz del cartel. Al bajar la vista vio a un hombre sentado a los pies del
arce, las manos en la cabeza, llorando. Transmitía tanta soledad que la niña
sintió deseos de bajar y poder consolarlo ¡ Imposible! Luego de un rato el
desconocido se fue tambaleando. Helena ya no podía dormir, sintió
vergüenza de ir hacia sus padres,
prendió la luz y buscó un libro para entretenerse, miró el reloj, era casi la
una de la mañana. Al fin decidió anotar en su cuaderno de “Memorias” lo sucedido, la había impactado el
dolor del hombre y la belleza de las imágenes.
Desde esa noche, Helena
encontró una necesidad misteriosa de esperar la oscuridad, ver el juego de
luces que brillaban en las muñecas y la posibilidad que regresara el extraño al
árbol rojo. Su joven mente fantaseaba con distintas historias en las que
involucraba al desconocido. Hasta que una noche escuchó en la calle murmullos y
quejidos, saltó de la cama y corrió hacia la ventana. Una pareja se besaba
apasionada bajo el árbol, sus cuerpos
fusionados se movían rítmicamente. En
una de las contorsiones que los amantes ejecutaban, la niña pudo ver el rostro
de la mujer, éste tenía una expresión que Helena jamás había visto en ninguna
persona, sus ojos abiertos, claros, transmitían un éxtasis cercano al
sufrimiento. Toda la escena parecía irreal, la soledad de la calle, el árbol
desnudo y la pasión de la pareja
delatada por los destellos rojos que jugaban entre las ramas invernales. Luego que se fueron, no pudo dormir, ni leer, ni escribir. Sentía sensaciones nuevas, sus manos
recorrían el joven cuerpo sorprendido, la noche se le hizo interminable.
Los padres de
Helena se sorprendieron ante sus cambios de actitud. Se la veía más determinante,
sus posturas de niña mimada e hija única se diluían ante una mirada que
transmitía ferocidad y rebeldía. Por las noches se iba
tarde a acostar, se negaba a estar
pendiente si la pareja volvía. Una noche volvió a acontecer lo del hombre
llorando, pero lo más sorprendente aconteció un lunes. El cansancio luego de
una jornada escolar intensa hizo que fuera más temprano a su cuarto. Luego de
leer un rato apagó la luz y al mirar a las muñecas su sorpresa fue muy grande al ver que las mismas brillaban bajo una luz
azulada. Se acercó a la ventana y descubrió que el cartel de propaganda ya no
era el mismo, lo suplió otro, de distintas características que emitía una luz
azul. Anunciando la primavera, el arce lucía sus ramas con brotes como si fueran millares de zafiros. A los pies
del árbol yacía una joven tapada con una capa negra, en partes abierta, por la
que sé entrevía un vestido de tules, como de bailarina. Buscó su cara, cuando
la luz azul la mostró, reconoció a la amante desconocida, estaba desfigurada
y con una expresión de terror. Helena se fue a acostar, esta escena la había impresionada de tal manera que sintió
su niñez huyendo para siempre, se tapó la cabeza con la
almohada y lloró.
Los días primaverales comenzaron a alegrar la
vida, el invierno dejó su energía para que ésta se desplegara. Las noches eran
tranquilas, solo rompía la armonía el aullido de las sirenas policiales y de
las ambulancias. Una tarde, casi a la
finalización de las clases, Helena volvía del colegio, los pájaros aturdían en
el frondoso arce, unas vecinas pasaban con sus compras, conversando de manera
alterada. —Ella lo mató.
—¿Quién, la bailarina?
—Sí, se querían mucho, pero él la celaba y parece que le pegaba, llegó a
desfigurarla. Helena no quiso escuchar más, aparecieron en su mente imágenes
dispersas, caras de sufrimiento, el tul de la mujer bajo la capa, su cara de terror. Aceleró el paso, no
podía contener las lágrimas, sintió asco y rechazo hacia algo pegajoso que se adhería
a su cuerpo adolescente. Sintió la
necesidad de estar con sus padres y sentirse de nuevo pequeña, muy pequeña.***
Cuento Selección de Honor por concurso. En antología
“Cinco Sentidos” de CREADORES ARGENTINOS. Abril 2010.
En Septiembre 2011 presenté mi novela “LA NOCHE DE LA FLOR DEL CACTUS” En V Feria Regional del Libro de San Martín de Los Andes
2013- Finalista certamen internacional narrativa por obra “El eclipse y los vientos”. CEN Ediciones.Argentina.-
mail: amtaboada@smandes.com.ar
blog: http://doradaslunasdelapocalisis.blogspot.com
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