Una generación de
autoras, como Samanta Schweblin, argentina, o la boliviana Liliana Colazi, se
abre paso
El pasado 14 de junio fue importante para Samanta Schweblin (Buenos Aires, 1977). Su novela, Distancia de rescate, era finalista en el Booker Man
Internacional, uno de los premios anglosajones más importantes, donde no es
habitual que un libro en español, escrito por una latinoamericana, compita.
Schweblin no ganó, pero la pica ya estaba puesta. Era casi el final de un
camino en el que ya habían aparecido críticas en The New York Times, una hazaña conseguida en los últimos tiempos por las también
argentinas Mariana Enríquez (Buenos
Aires, 1973) y Pola Oloixarac
(Buenos Aires, 1977).
No son los únicos hitos logrados por jóvenes autoras latinoamericanas
recientemente. En España, la chilena PaulinaFlores (Santiago de Chile, 1988) con Qué vergüenza; la
boliviana Liliana Colanzi (Santa
Cruz, 1981), con Nuestro
mundo muerto, o la mexicana Laia Jufresa (Ciudad de México, 1983),
con Umami,se han
llevado algunas de las mejores críticas a libros publicados en los últimos
meses. También la lista Bogotá 39, del Hay Festival, que elige a los mejores
escritores de América Latina menores de 40 años, incluye a buena parte de estas
escritoras junto a otras como las mexicanas Gabriela Jáuregui (Ciudad de México, 1979) y Brenda Lozano (Ciudad de México, 1981) o la ecuatoriana Mónica Ojeda (Guayaquil, 1988). El
número de hombres todavía supera al de mujeres en esta lista (26 frente a 13),
pero lo cierto es que nunca antes se había visto este aluvión de publicaciones,
premios y alabanzas en España (y no solo en sellos pequeños sino también en
Penguin Random House, Seix Barral o Anagrama), América Latina y el mundo
anglosajón, a novelas escritas por autoras procedentes del otro lado del
charco. Después de los Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa y Julio
Cortázar, entre otros, de hace más de cinco décadas, ¿hay un boom latinoamericano en femenino?
“Es verdad que en el último tiempo ha
habido una especie de boom, el
‘otro boom’ de alguna forma. Yo creo que tiene
que ver con las editoriales, que están dando más cabida a las mujeres. De todas
formas, soy de la opinión de que tiene que llegar un momento en que ser
escritora no sea una novedad, no sea una sorpresa, y más allá de fijarnos en si
es mujer u hombre, nos fijemos en la buena literatura”, apunta Flores, quien
también observa el cariño y cuidado hacia su libro de relatos en su editorial
española, Seix Barral: “Casi todas mis editoras o personas con las que he
trabajado, encabezadas por la gran Elena Ramírez, son mujeres, así que me
siento muy acompañada y las miro con mucha admiración”.
La mexicana Laia Jufresa también constata que “hay menos prejuicio” entre los
editores para publicar a las escritoras, pero al mismo tiempo tampoco cree que
haya que alegrarse demasiado por esta especie de fenómeno: “Que parezca que hay
una ola no debe impedirnos ver que en realidad falta mucho más camino por
andar. El trabajo de las mujeres se publica, reseña y traduce aún muchísimo
menos que el de los hombres. Pasa literalmente en todo el mundo pero en
español, dado que podemos leernos en tantos países, es más notorio. Los libros
de una autora peruana, mexicana, uruguaya, etcétera, por lo general pueden
leerse en su país y quizás en España, pero rara vez en los otros países de
Latinoamérica”.
No obstante, Iolanda Batallé, una editora que ha publicado a Ariana Harwicz (Buenos Aires, 1977), en
Rata Editorial, sostiene que este boom existe, pese a que las cifras
de ventas no sean todo lo altas que se desearían —como sucedía en el de los
años sesenta—, y que no solo tiene que ver con las latinoamericanas sino con
las escritoras, en general. “Y el motivo es tan sencillo como poderoso: la
curiosidad. Los lectores desean conocer más sobre ellos mismos y para ello es
imprescindible leer también a las
mujeres que escriben”, manifiesta. Además, según ella, llegará el día en el
que los libros que más nos hayan marcado sean aquellos escritos por autoras:
“Ellas tienen mucho más que decir por la simple razón de que aún no lo han
dicho. ¿Cómo serían los cuentos de Borges si hubiera nacido mujer? ¿Y Rayuela? ¿Cómo hubiera contado una voz femenina la historia de Macondo? Hoy
esas preguntas nos parecen extrañas, ¿no es cierto? Quizás pronto no lo sean”,
apunta Batallé.
Escritoras en el
lado oscuro
Más allá de la coincidencia de la franja de edad o la procedencia de
estas escritoras, hay una característica que no pasa desapercibida para el
lector. En estas novelas y cuentos —las autoras no obvian este género— abundan
las temáticas que ahondan en las zonas más oscuras y desoladas del ser humano y
en la fealdad del mundo que nos rodea. Por ejemplo, en Las cosas que perdimos en el fuego, Enriquez
recrea los barrios empobrecidos, “en el lado oscuro de la orgullosa Argentina”;
en Nuestro mundo muerto, Colanzi
aborda la masacre de animales; en Umami, Jufresa
se sumerge en el duelo y la ausencia, como también hace la mexicana Verónica
Gerber en Conjunto vacío, a partir de una ruptura amorosa; Mónica Ojeda relata sin pudor
en Nefando un caso de pedofilia con todos los ingredientes desagradables que una
historia así posee, mientras que la argentina Paula Porroni escribe en Buena alumna sobre el fracaso y el
autocastigo cuando se llega a una edad en la que supuestamente había que haber
triunfado ya.
Para Batallé este interés por lo crudo se debe en parte a que “las latinoamericanas, quizás por las
sociedades en las que han nacido, mantienen un vínculo más salvaje con aspectos
de la existencia. Echa un vistazo a la geografía, a la economía o a la historia
de América Latina y por todas partes te darás de bruces con realidades
durísimas. Ese dolor, sumado a una sólida tradición literaria (sobre todo
masculina) más el talento de tantas escritoras, acaba destilando buena
literatura”.
En su caso, Samanta Schweblin considera que este tipo de temáticas
tienen mucho que ver con lo que la literatura es al fin y al cabo. “Es la
manera más efectiva que tenemos de sumergirnos en la oscuridad, en nuestros
peores miedos y deseos, en todo lo desconocido y lo innombrable, y volver a la
realidad con nueva información y lo más ilesos que sea posible”, constata.
Algo parecido opina la peruana GabrielaWiener, autora de obras como Nueve lunas, en la que describe el proceso de su
maternidad: “Siempre me han movilizado, emocionado, revolucionado los libros
que contienen revelaciones profundas sobre nuestra humanidad. Son los únicos
que me enganchan y los únicos que me dicen algo, que me hablan a mí. Creo que
lo que me mueve es el deseo de conocimiento. Nada más".
Paulina Flores estima que tampoco hay que caer en el cliché de mujer e intimidad
narrativa. “El hecho de que el
patriarcado nos haya relegado tanto a la vida privada, nos entregó ciertas
facultades narrativas que hoy parecen casi innatas. Pero también tengo la
seguridad de que la mirada de una escritora da para mucho. Es decir, no hay que
caer en el cliché de que solo escribimos sobre la intimidad, como sí solo
pudiéramos escribir diarios de vida”, sostiene.
Con un sentido parecido se expresa Laia Jufresa: “Yo no trabajo por temática.
Mi interés es contar historias y construir personajes —y narradores— que sean
humanos verosímiles, sin importar su género. Sigue siendo muy común la noción
absurda de que la mirada de un autor es humana pero la de una autora es
femenina. Lo que sí noto es que —generalizando— las mujeres somos mejores
adoptando voces de hombres que viceversa. Tampoco es ningún misterio: hemos
crecido leyendo voces masculinas”.
Para algunos editores, este boom de autoras
latinoamericanas, no lo es tanto. Claudio López Lamadrid, de Penguin Random
House, lleva años publicando a autoras de América Latina “a las que nadie hacía
mucho caso”. El cambio se ha producido en el último año prácticamente a golpe
de titular de periódico, apunta. “La publicación al mismo tiempo de Distancia
de rescate de Samanta Schweblin, los relatos de Mariana Enríquez y una
novela de Pola Oloixarac, es recibida con vítores, páginas dobles y elogiosos
artículos en la prensa norteamericana. A eso se suma la entrada con paso firme
de Distancia de rescate en
la shortlist del Booker… Bingo”, sostiene López Lamadrid.
Malcolm Otero, editor de Malpaso y con varias latinoamericanas en su
catálogo como Margarita García Robayo(Cartagena de Indias, 1980) o Gabriela Wiener (Lima, 1975), tampoco está seguro
de este boom ni de que las editoriales estén buscando
específicamente a estas autoras, pese a que los lazos con el otro lado del
Atlántico sean cada vez más fuertes. “Más que eso, hoy hay muchas autoras, de
corte muy distinto, con mucho talento”, dice. Sin embargo, la ola está ahí y
las costas se estrechan. Entre los planes editoriales de Penguin Random House
van a seguir apareciendo latinoamericanas como María Moreno con Black Out, premio de la
Feria de Buenos Aires 2016, FernandaMelchor, con Temporada de huracanes, publicada en
México, así como la recuperación del panfleto Contra los hijos, de Lina Meruane. Y que el ritmo no pare.
fuente: https://elpais.com/cultura/2017/08/13/actualidad/1502641791_807871.html