Ella siempre le pedía que cerrara la ventana.
Entonces él, riéndose la estrechaba entre sus brazos y le repetía que era hermoso estar juntos y ver los jazmines bajo los tilos. Entre besos y caricias calmaba su frío y sus miedos.
Cada noche, cada mañana, ella insistía. Y él volvía a rechazar amorosamente la idea.
Paulatinamente los jazmines llegaron a su máximo esplendor; luego empezaron a marchitarse; al fin murieron.
Con la primera lluvia de otoño él no tuvo a quién abrigar. Recién entonces comprendió que ella nunca había tenido frío ni miedo. Sólo se resistía por amor al llamado natural que sienten los pájaros por la libertad.
Datos de Beatriz: Mendoza, Argentina. Lic. en Comunicación Social.
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