viernes, 1 de abril de 2011

La prenda , Sofía Tierno Tejera


Nunca penetres en la casa por el umbral de la fachada delantera. Lo primero que hallarás frente a ti, al abrir la puerta, será un maniquí y una inscripción en una pequeña tarima triangular que lo sostiene: “Para cruzar el verdadero umbral de la casa debes dejar una prenda.”

El maniquí es estrambótico, extravagante, amable… De él pende todo tipo de prendas, modas que vinieron, se fueron y regresan. Objetos cuya función ya nadie reconocería. Leotardos a rayas, de lana, de lycra, bufandas de todos los tamaños, gafas con cristales de varios grosores, pelucas hilvanadas con cabellos de diferentes colores y tonalidades, corbatas negras, de lunares, camisas, chamarras cuarteadas, aretes de oro, de plástico, de cristal, de ámbar… Sombreros hongos, sombreros de copa, bastones y cayados de punta de acero o madera, faldas cortas, largas, con vuelo, ceñidas, vestidos de cola, con volantes, plisados… Pantalones vaqueros, de pana, de hilo, de cuero, zapatos, zapatillas, mocasines, chanclas, de tacón, planos, de plataforma, de piel, de tela, sandalias, calcetines, alfileres, relojes, gorros, guantes, perlas, lupas, anteojos, pulseras, pajaritas, trajes de baño…


Caricias de ropa encima de caricias de ropa hasta el marasmo, el mareo, la sonrisa…


Te encantaría…


Pero no el cartel que sobre la base dice: “Para cruzar el verdadero umbral de la casa debes dejar una prenda.”


Estarás entre dos umbrales: tras uno, oxígeno; tras otro, misterio. Pero tendrás un impedimento: la puerta sólo se puede abrir desde fuera. Jamás intentes forzarla…


Tal vez al principio te parezca gracioso. Llevas anillos suficientes para desprenderte de uno, aquel que nadie te ha regalado. El maniquí tiene dedos, finos dedos de plástico blando, incluso el artesano ha texturizado su piel y su tacto te estremece. Deslizas un anillo por su dedo —cargado de más anillos—, es como comprometerte —¿a qué?— …


Ahora puedes penetrar en el segundo umbral, el verdadero.


El camino es fácil, incluso risible, está marcado. Un pasillo con puertas a ambos lados, todas cerradas, como cabinas herméticas, amenazantes, como conspiradores de tu destino —aún incierto—. Sólo una puerta se abre, está al fondo. La manivela es fría, como tu mano. Es el umbral de salida…


Nunca salgas de la casa por el umbral de la fachada trasera. Lo primero que hallarás frente a ti, al abrir la puerta, será una estancia, y en el centro —éste sí, sonriendo— un maniquí y una inscripción en una pequeña tarima rectangular que lo sostiene: “Para cruzar el verdadero umbral de la casa debes dejar una prenda, tu prenda.”


Al principio te parece desvarío, grotesca forma de burlar tu inteligencia. Luego piensas y comprendes. El TU es un marcador preciso, una batuta que señala sin equívocos, es la prenda de la que te desprendiste. Corres por el pasillo hacia la otra puerta —el verdadero umbral de entrada— que ahora te muestra su otro rostro —aquel en el que no fijaste la mirada—. Sombrío, observas al maniquí; sigue siendo estrambótico, extravagante, amable… pero ahora te parece algo perverso, hiriente, amenazante. De él pende todo tipo de prendas, la tuya pende, pero no la reconoces, no la reconoces…


Sabes que no es una cuestión de memoria, sino de pertenencia, pero justo la prenda que dejaste era la que menos valorabas, la que apenas pesaba en tu cuerpo, aquella que estaba un día u otro, aquella por la que nunca llorarías si la perdieras, aquella que no era símbolo sino adorno, aquella que no tenía mayor artificio que la labor del artesano…


Te concentras, observas como un demente miles y miles de telas amontonadas, de cadenas oxidadas, de corbatas arrugadas, de pantalones desgastados, de zapatos cuarteados, de camisas levemente rasgadas… Pero no recuerdas, no recuerdas…

De pronto comprendes: sólo tu prenda te permite cruzar el otro umbral. No eres el primero que penetra en la casa y el otro maniquí está desnudo.


Fuente

No hay comentarios: