Una tarde la tía Rosa miró a su hermana como recién pulida, todavía brillante por alguna razón que ella no
podía imaginar. Durante horas oyó cada una de sus palabras tratando de intuir de dónde venían. No adivinó.
Sólo supo que esa noche su hermana fue menos brusca con ella. Se portó como si al fin le perdonara su vocación de rezos y guisos, como si ya no fuera a reírse nunca de su irredenta soltería, de su necedad catequística, de su aburrida devoción por la Virgen del Carmen.
Así que se fue a dormir en paz después de repetir el rosario y sopear galletitas de manteca en leche con chocolate.
Quién sabe cómo sería su primer sueño esa noche. Si alguien la hubiera visto, regordeta y sonriente dentro de su camisón, la habría comparado con una niña menor de cinco años. Sin embargo, a la cabeza rizada de tía Rosa entró aquella noche un sueño in sospechado.
Soñó que su hermana se iba a un baile de disfraces, que salía sin hacer ruido y regresaba en el centro de una alharaca. Era el aliento de una comparsa de hombres que se reían con ella, sin más quehacer que acompañar la felicidad que le rodaba por todo el cuerpo. La muy dichosa se quitaba y se ponía una máscara de esas que hacen en Venecia, una de mu chos colores con la luna en la punta de la cabeza y la boca delirante. De pronto empezó a bailar frente a la tía Rosa que, sentada en el sillón principal de la sala, dejó de comer galletas. Tal era la maravilla que había entrado en su casa. Su hermana levantaba las piernas para bailar un cancán que 1os demás tarareaban, pero en lugar de los calzones y los encajes de las cancaneras, ella llevaba una falda diminuta que subía complacida enseñando sus piernas duras y su pubis cambiado de lugar. Porque sobre el sitio en el que está el pubis, ella se había pintado una decoración de hojas amarillas, verdes, moradas que palpitaban como si estuviera en el centro del mundo. Y arriba de una pierna, bri llante esponjado, iba el mechón de pelo de su pubis: viajero y libre como todo en ella.
Al día siguiente, la tía Rosa miró a su hermana como si la viera por primera vez.
—Creo que te estoy entendiendo —le dijo.
—Amén —contestó la hermana, acercando a ella su cara brillante, para darle un beso de los que regalan las mujeres enamoradas porque ya no les caben bajo la ropa.
—Amén —dijo Rosa, y se puso a brincar su propio sueño.
Angeles Mastretta
Relato extraído de Mujeres de ojos grandes Ed. Seix Barral
Ángeles estudió periodismo en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y obtuvo el título en Comunicaciones. Tiempo después, realizó colaboraciones para distintos periódicos y revistas como “Excélsior”, “Unomásuno”, “La Jornada” y “Proceso”. Sin embargo, fue el periódico “Ovaciones” donde inició formalmente su carrera periodística, a través de una columna escrita por ella bajo el título “Del absurdo cotidiano”.
En 1974, Mastretta fue distinguida con una beca del Centro Mexicano de Escritores que le permitió participar de un taller literario al lado de escritores como Juan Rulfo y Salvador Elizondo. Por ese entonces, publicó una colección de poesía que fue titulada “La pájara pinta”.
Luego de varios años como directora de Difusión Cultural de la ENEP-Acatlán y del Museo Universitario del Chopo, respectivamente, la escritora mexicana participó, junto a Germán Dehesa, de un programa televisivo de entrevistas y charlas conocido como “La almohada”. A lo largo de su trayectoria, Ángeles también formó parte del Consejo Editorial de la revista “NEXOS”, otra de las publicaciones donde tuvo su columna literaria.
“Arráncame la vida” fue su primera novela que, además de haber sido traducida al italiano, inglés, alemán, francés y holandés, fue reconocida, en 1985, como Mejor Libro del Año con el Premio Mazatlán de Literatura. Años después, en 1997, su segunda novela (y cuarto libro), “Mal de amores”, obtuvo el Premio Rómulo Gallegos.
“Mujeres de ojos grandes”, “Puerto libre”, “El mundo iluminado”, “Ninguna eternidad como la mía” y “El cielo de los leones”, son otras de las obras de Ángeles Mastretta.
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